jueves, 19 de junio de 2008

LA OSADIA DE BELGRANO


Cuando Belgrano izó por primera vez la insignia azul y blanca a orillas del río que luego sería llamado, en conme­moración, Juramento, fue severamente reprendido por las autoridades porteñas, quienes le ordenaron deshacerse de ella y volver a enarbolar la roja y gualda de la Corona española.
No le fue mejor más tarde cuando en camino hacia el Alto Perú, festejando el segundo aniversario de la proclama de Mayo, vuelve a reemplazar el estandarte real por la bandera celeste y blanca, la que hace bendecir por el cura Gorriti y pasear por las calles de Jujuy.
Enarbolada en el Cabildo y saludada por salvas de los cañones, Belgrano hizo formar las tropas ante ella, arengándolas con lo que para muchos fue una verdadera declaración de independencia, alejada de las especulaciones politiqueriles de Buenos Aires.
"El 25 de Mayo será para siempre memorable en los anales de nuestra historia, y vosotros tendréis un motivo más para recordarlo cuando sois testigos, por primera vez, de la bandera nacional en mis manos, que nos distingue de las demás naciones del globo (...) Esta gloria debemos sostenerla de un modo digno con la unión, la constancia y el exacto cumplimiento de nuestras obligaciones hacia Dios (...) Jurad conmigo ejecutarlo así, y en prueba de ello repetid ¡Viva la Patria!”
Su comunicación al Triunvirato le es respondida por el inconfundible estilo de Rivadavia.
"E1 gobierno deja a la prudencia de V.S. mismo la reparación de tamaño desorden (la jura de la bandera), pero debe prevenirle que ésta será la última vez que sacrificará hasta tan alto punto los respetos de su autoridad y los intereses de la nación que preside y forma, los que jamás podrán estar en oposición a la uniformidad y orden. V.S. a vuelta de correo dará cuenta exacta de lo que haya hecho en cumplimiento de esta superior resolución."
Buenos Aires privilegiaba el temor a desagradar al embajador Lord Strangford y se sometía a la estrategia inglesa de sostener hipócritas buenas relaciones políticas con España, que excluían inoportunos arrestos independentistas de sus colonias, a cambio de arrancarle las mayores concesiones comerciales.
Furioso y despechado, don Manuel responde el 18 de julio de 1812, sincerándose que en las dos oportunidades había izado la bandera para "exigir a V.E. la declaración respectiva en mi deseo de que estas provincias se cuenten como una de las naciones del globo". Pero ya que el gobierno no dictaba la independencia, no le cabía otra conducta que recoger la bandera, "y la desharé para que no haya ni memoria de ella -escribe con conmovedor despecho-. Si acaso me preguntan responderé que se reserva para el día de una gran victoria y como ésta está muy lejos, todos la habrán olvidado."
Razones tenía Belgrano para estar sorprendido puesto que, imbuido de la necesidad de no precipitar la autonomía de España, había elegido para la bandera los colores borbónicos, de la casa del Rey Fernando VII: tres franjas, dos azul celeste exteriores y una blanca interior. Los colores que ya lucían en la Escarapela Nacional de las Provincias del Río de la Plata, creada por decreto del 18 de febrero de 1812.
Fue Sarmiento, quien, años más tarde, señalaría que "las fajas celestes y blancas son el símbolo de la soberanía de los reyes españoles sobre los dominios, no de España sino de la Corona, que se extendían a Flandes, a Nápoles, a las Indias; y de esa banda real hicieron nuestros padres divisa y escarapela, el 25 de Mayo, para mostrar que del pecho de un rey cautivo tomábamos nuestra Soberanía como pueblo, que no dependió del Consejo de Castilla, ni de ahí en adelante dependería del disuelto Consejo de Indias". (¿Quién habrá inventado esa cursi historia de don Manuel elevando su mirada e inspirándose en cielo y nubes?)
La bandera celeste y blanca se izó en la fortaleza de Buenos Aires sólo tres años más tarde, luego de la caída de Alvear a raíz de su fracasada intentona de defenestrar a San Martín como Gobernador de Mendoza, sustituyéndolo por el coronel Perdriel.

El grito sagrado: La historia argentina que no nos contaron / Pacho O'Donnell.- Buenos Aires: Sudamericana, 1998.

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