domingo, 23 de marzo de 2008

DE LIBROS, ESCLAVOS Y DESAPARECEDORES


Mientras la Postdamerplatz revienta por todos los pliegues con monumentales construcciones, la nueva y vieja capital de Alemania trata de pasar con calma un verano lleno de turistas y curiosos, amén de empleados y funcionarios llegados de Bonn, la desolada, que cumplió su función por medio siglo.
Pero a pesar de la euforia de transformar a la vieja ciudad imperial en la Nueva York de Europa, Berlín no se despoja de su historia. Por ejemplo, quien pasee por la Unter den Linden no dejará de detenerse ante esa playa de cemento, frente a la Universidad Humboldt. Todos se detienen de pronto, para ponerse en movimiento como guiados por los fantasmas. No se ve pero está. Es un cuadrado de vidrio al ras del suelo. Allá abajo, como en un sótano, están bibliotecas vacías. El vidrio refleja el cielo y uno ve las nubes, como humo que cubren las bibliotecas. Las bibliotecas han quedado vacías y solas.
La obra arquitectónica muestra magistralmente lo que fue la siniestra quema de libros por los nazis, en 1933. Justamente allí fueron arrojados a las llamas los libros de los escritores malditos, aquellos que no quisieron entregarse ni fueron a rendir pleitesía al dictador, y que terminaron en el exilio o en los campos de concentración. O aquellos de otras generaciones que habían mostrado en sus páginas escritas nuevos caminos a la humanidad en busca de su dignidad.
Los estantes vacíos. Los libros no pudieron quejarse. En la placa se lee la frase de Heinrich Heine: "Cuando se empieza por quemar libros se termina por quemar seres humanos". Avergonzado recuerdo aquel marzo de 1976, cuando camiones militares recorrieron las calles céntricas de Buenos Aires para "limpiar" las librerías. Jóvenes oficiales eran los jueces indiscutibles: con el dedo bastaba. Los soldados arrojaban los libros indeseables a la caja de los camiones. ¿Qué se habrá hecho de esos jóvenes oficiales? ¿Serán hoy nuestros generales, tal vez el propio jefe del estado mayor, o comandantes de cuerpos del ejército? Hubo otros que prepararon hogueras y lo dieron a conocer por escrito, en orgullosos comunicados donde sin floreos señalaban que lo hacían por "Dios, Patria y Hogar". Argentina 1976. Uno de esos oficiales hizo publicar su acción de saneamiento en todos los diarios de la república. Era teniente coronel a las órdenes del general Menéndez, el más competente de los desaparecedores, el de Córdoba. El teniente coronel quemador de libros por Dios, Patria y Hogar se llama Gorleri y es hoy general, ascendido por el Senado radical del gobierno de Alfonsín, pese a la documentación que elevamos al gobierno de aquel entonces. Primero desaparecieron los libros, después desaparecieron seres humanos. Por algo será.
Aquí, en la Opernplatz de Berlín me avergüenzo profundamente. En nuestro país nada recuerda a los libros desaparecidos, ni a los libreros, editores, escritores asesinados, en un lugar conjunto, con la frase consiguiente: "Cuando se empieza por hacer desaparecer libros se termina por hacer desaparecer seres humanos". Por algo será.
Pero no soñemos. En mi país premiamos a los desaparecedores de libros eligiéndolos gobernadores, o intendentes, o les permitimos que intervengan hospitales con pistola al cinto y la cara pintada.
De la Opernplatz miramos a la Universidad Humboldt. Allí, en mármol, están los dos hermanos Humboldt, Wilhelm y Alexander. Alexander von Humboldt, fue llamado el "verdadero descubridor de América", porque descubrió para los europeos los verdaderos valores de sus culturas autóctonas, y denunció en indignada prosa el salvajismo de la conquista "cristiana". Creía en la ciencia, para que con ella y los sentimientos llegara la armonía. En un viaje que duró cinco años y en los cuales recorrió Venezuela, Cuba, Colombia, Ecuador, Perú y México --iniciándolo el 5 de junio de 1799-- anunció que "coleccionaré plantas y fósiles y haré observaciones astronómicas con instrumentos magníficos. Pero eso no es la meta de mi viaje. No, mis ojos van a estar dirigidos constantemente a la armonía, a la influencia conjunta de las fuerzas y a la influencia de la creación inorgánica sobre el mundo botánico y animal pleno de vida".
Costeó el viaje con su propio dinero y en sus centenares de páginas escritas informó no sólo lo que veía sino que denunció cómo los colonialistas europeos destruían las culturas autóctonas y la ecología de esas regiones, principalmente por la tala de bosques.
Resulta un misterio por qué en los casi ya dos siglos de emancipación de Latinoamérica y del Caribe no se adoptaron estos libros en nuestras escuelas y se enseñó sólo de acuerdo a la versión de los vencedores.
Este verano berlinés nos recibió también con una detallada exposición sobre el viaje a Latinoamérica de Alejandro von Humboldt. La encontramos llena de alumnos de colegios berlineses que se movían nerviosos en busca de las respuestas para un cuestionario previo que le habían preparado sus maestros. Así se enteraron de que el sabio viajero era un defensor de los principios de la Revolución Francesa de Igualdad, Libertad y Fraternidad. Los letreros con sus frases famosas dicen que quien ama la Libertad por sobre todas las cosas estará siempre contra toda forma de esclavitud, de racismo y de odio al distinto. Por eso, su doctrina vital fue oponerse su vida entera contra la injusticia y la tiranía. Y lo dice así: "Toda injusticia lleva en sí la semilla de la destrucción". Lo escribió bien claro: "No hay razas humanas ni superiores ni inferiores".
Pero el mérito más grande de Humboldt es el haber convertido a América latina en un "continente para soñar". Mientras el experto francés en ciencias naturales, Buffon, menospreciaba a ese continente porque no contaba con leones y elefantes. Pero también Voltaire y Hume calificaban como culturas inferiores a las del nuevo continente. Pero donde más hará hincapié Humboldt, será en el tratamiento que se les dio a los esclavos de origen africano. Además de los castigos con el látigo y los horarios de trabajo de sol a sol, describe la venta en el mercado de los chicos africanos de quince años, a quienes se les abrían las bocas como a los caballos para mirarle la dentadura y eran marcados con hierros candentes en la frente con las iniciales del nuevo patrón.
Con respecto a los naturales del continente, describe las distintas formas de su explotación. Por ejemplo, la que ejercían los misioneros católicos. "El misionero intenta manejar a la aldea indígena como un convento. El indio no es libre ni un instante en sus movimientos. Se lo manda a la derecha y a la izquierda. El indio no quiere producir nada porque todo lo que crea pertenece al cura. En San Fernando de Atabalpo, cada uno de los curas mantiene su derecho monopólico sobre su aldea. Yo viajé con un cura hasta el mercado de aceite de tortuga en el cual compró por casi cien piastras géneros, bordes, agujas que sólo le costaron veinte piastras porque en vez de dinero, pagó con monos tití, monos viuditas, gallinas de Orinoco, que los indios tuvieron que dárselos por la fuerza por dos reales y que él vendió por siete piastras delante de sus ojos mientras les prohibió bajo pena de darles cincuenta latigazos que los vendan por cuenta propia". Luego señala que el cura venderá cada aguja comprada con una ganancia de tres mil por ciento. Y agrega: "No hay nada más repugnante cuando en las misiones del Caribe los curas, después de misa se paran delante de la puerta de salida, con sus ornamentos, para recibir los regalos de los indios, que forman doble fila y le alcanzan maderas, bananas y mandioca. Después de ese acto de obediencia, el cura manda a azotar a los indios que se resistieron a su despotismo. Se azota, por lo general, durante tres cuartos de hora de ocho a nueve indios por turno. En Quito, los dueños de haciendas azotan a sus peones delante de las iglesias. Es atroz que los indios no puedan rezar a sus dioses, sin que por ello sean azotados".
La historia no perdona. Los explotadores, los desaparecedores, los quemadores de libros caen muy pronto en el pozo del desprecio. Y las bibliotecas vacías de los libros quemados se llenan bien pronto con las obras que siempre tratan de llevar a la realidad aquella trilogía de: Libertad, Igualdad, Fraternidad.

Osvaldo Bayer

Desde Berlín

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